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Todos los caminos llevan a (La) Roma:
Nama Nika Tiisto, el catastro anti-catastro de Nirsa

Traducción y notas de Javiera M. Macpherson

¡Qué acto imperdonable de hipocresía y profanación es escribir un texto para acompañar la sensible, precisa y a veces impactante exposición Nama Nika Tiisto siendo un gringo gentrificador que vive en Ciudad de México! ¿Qué más se puede decir sobre la gentrificación? ¿Qué otras valoraciones podrían hacerse para «aclarar» o «poner en orden» el fenómeno de devastación, desplazamiento y destrucción que asola Ciudad de México así como otras innumerables ciudades y barrios de todo el mundo? Es con una buena dosis de reservas que procedo.

Según la descripción de la exposición, Nama Nika Tiisto es una reelaboración creativa del concepto de plano catastral del barrio La Roma. (Nirsa puede insistir en que la serie realmente es un catastro, pero, como demostraremos, no es algo tan siniestro y cosificador. De hecho, la serie da la sensación de estar «descosificando» el lugar, lo que la convierte en un anti-catastro: un antídoto contra el catastro). Los catastros suelen utilizarse para inventariar la suma total de los bienes inmuebles de un entorno, y los organismos administrativos los emplean y despliegan para calcular los impuestos y valorizar la tierra y la propiedad. La herramienta, incluso en su forma más básica, es difícilmente un inocente proyecto cartográfico: su propia existencia se basa en y busca perpetuar la propiedad privada, la extracción, la explotación y el poder estatal. Paul Virilo va un paso más allá cuando conecta el Estado «secular» que hace topografías y el aparato militar dromocrático (o el aparato militar donde gobierna la velocidad). Señala que la existencia de las fuerzas armadas requería catastros precisos para imponer impuestos adecuados en la polis; a su vez, los catastros y la división de los bienes comunes en unidades discretas proporcionaron a los militares avenidas y rutas claramente definidas para sus interminables movilizaciones. «Para el Estado dromócrata», dice, «el dominio de la tierra es ya el dominio sobre sus dimensiones».
[1]
 
Aquí, en Ciudad de México, que no es ajena a ocupaciones y conquistas formales, militarizadas y heterogéneas (los españoles, los franceses, los Habsburgo), se podría imaginar un catastro teórico de la ciudad (o quizás ya lo han hecho internamente) elaborado por empresas como AirBnB y sus cómplices que permitiera a actores nacionales y extranjeros valorar las inversiones reales y potenciales e identificar nuevas áreas y nichos de desarrollo. Por tanto: acelerar la reinvasión de otro tipo de ejército (el capitalista-imperialista) con otro tipo de vanguardia (el «nómada digital», el «expatriado» con doble nacionalidad, el empresario astuto, etcétera).

Para este autor al menos, Nirsa parece más preocupado de las víctimas de esta terraformación —tant
o la Tierra como sus habitantes— que de los perpetradores [2]. Las obras dan cuenta, en general, de la precisión arquitectónica característica del artista; la línea sutil pero decidida; el talento casi bruegeliano para la viñeta y la historia; la ocasional pieza caprichosa con un toque de color y sombreado; y, por supuesto, el realismo cómico y casi fotográfico. Las diecisiete obras de la serie (y que van en aumento) cubren un amplio espectro y, si se hubieran expuesto en un espacio más grande con tantas salas como obras, el espectador habría podido contemplar con mayor facilidad la historia o, como mínimo, el concepto implícito en cada una de ellas. Aunque Nirsa pueda discrepar con lo que voy a decir, creo que hay tres piezas que encapsulan la intención de la serie en su conjunto y dan cuenta de sus perspectivas espacio-temporales en (al menos) tres estilos distintos.
   
La primera es «La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos». La figura monocromática desnuda y con la cabeza rapada, cuya única indicación de identidad/herencia azteca son sus sandalias, ha sido mutilada: su cabeza decapitada, sus brazos y piernas cercenados y su corazón carmesí cuelgan suspendidos y separados del torso inútil. Esta obra es la manifestación más próxima del comentario de Nirsa de que la serie se desarrolló como una especie de «cadáver exquisito», pero literalmente. A diferencia del juego surrealista francés del cadavre exquis, que era un ejercicio de asociación automática de palabras e imágenes y, supuestamente, de liberación psíquica, la visión de Nirsa del cadáver exquisito en esta obra en particular, en lugar de unir, desgarra de manera violenta y horripilante. El cuerpo político azteca (como representación del cuerpo político mexicano contemporáneo) es literalmente despedazado y convertido en algo incompleto y desarticulado por una fuerza visitante.

Junto a la figura mutilada se inscribe el texto «Suave patria, 1521». Claramente, el año 1521 corresponde al año de la conquista española de La Gran Tenochtitlán y sus alrededores. «Suave patria» parece ser una referencia al poema homónimo de Ramón López Velarde, de 1921, que hace varias referencias al colorismo y el racismo; y que, según Wikipedia al menos, fue, junto con la totalidad de su corpus, una reacción contra la imposición del estilo modernista francés. Algunas frases de ese poema saltan a la vista como apropiadas aquí: «[Suave patria] con tu mirada de mestiza, pones / la inmensidad sobre los corazones»; «Anacrónica
mente, absurdamente [...] al idioma del blanco, tú lo imantas»; «Quieren morir tu ánima y tu estilo» [3]. La obra es tan poco sutil que puede resultar tosca; sin embargo, le perdonamos a Nirsa que sea tan directo, pues la severidad de dicho momento (1521) amerita esa clase de franqueza y nada menos.

Pero, ¿cómo conciliamos esta lectura de la obra con su título, que fue tomado de El 18 brumario de Luis Bonaparte de Marx? Una obra en la que, justo antes del pasaje que titula la pieza en cuestión, Marx presenta una de sus frases más famosas «que todos los grandes hechos [...] de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces [...] una vez como tragedia y la otra como farsa»
[4]. La conquista de 1521 fue la tragedia, pero ¿la revisitación de un tipo similar de violencia por el gentrificador del siglo XXI podría considerarse realmente, en conciencia, como la correspondiente farsa? Esto podría funcionar suponiendo que se tenga en cuenta la escandalosa y ridícula conducta de la fuerza gentrificadora: glotona, ofensiva, ignorante (ya sea intencionalmente o no). Pero el efecto es trágico a su manera y debe considerarse en los términos más serios.  

En contraste con esa pieza muy visceral, pero fundamentalmente humana, se encuentra «Monumento a la mujer romana», una ilustración de una sofisticada máquina en tinta negra, azul y sepia. Parece una especie de fábrica cuyo propósito es tan elusivo como poco importante. Andamiajes, tuberías y plataformas rodean lo que parece ser una estructura en espiral con forma de caracola en la que podemos imaginar algún tipo de mercancía que se mueve, manipula, altera, fabrica y escupe para el consumo general. La estructura es a la vez moderna y anticuada: está compuesta por lo que parecen ser travesaños y varas metálicas, así como pilares de piedras, columnas, estatuas, escaleras y trozos de paredes decoradas con adornos, como si hubieran sido robados del Museo de Antropología y reutilizados. Hay cuatro figuras humanas que, gracias a la forma deliberada de colorear de Nirsa, casi se funden con la propia máquina hasta volverse irreconocibles: dos artesanas, un trabajador con casco y una chica de aspecto juvenil.

De la misma forma en que un catastro encierra el espacio abierto con límites estrictos en subunidades claramente definidas y explotables, el dínamo que se exhibe sirve a sus propios intereses en el sentido de que no ofrece ninguna conexión con el mundo exterior (que ni siquiera existe aquí), ni tampoco ningún medio aparente de salida para los seres humanos sometidos por él: vemos a la joven a medio camino, pero ¿hacia dónde? No hacia la acera, sino hacia el interior de la propia máquina; ¿quizás incluso su acto de caminar sobre lo que parece una especie de cinta de correr está poniendo la máquina en movimiento? Solo podemos conjeturar…

¿Podemos asumir que la máquina, al menos en una de sus interpretaciones, es una encarnación de la Ciudad de México contemporánea como máquina? ¿Como máquina generadora de capital-turismo? ¿En la que los trabajadores de la ciudad son subyugados, deshumanizados y enajenados, y forzados a trabajar en actividades que solo mantienen esa máquina? Si ese es el caso, Nirsa nos presenta una paradoja. Por un lado, esta máquina, a pesar de algunos interesantes detalles técnicos, difícilmente podría considerarse un destino turístico que valga la pena visitar. Por otro, la estructura adornada y el diseño intrincado de la máquina en sí apenas permiten la entrada: ¡simplemente no hay por donde! Podemos ver este problema de «espacio» (expansión y falta del mismo) y «dimensión» manifestarse en dos frentes en Ciudad de México: 1) la población está creciendo, pues distintos tipos de personas están migrando a la ciudad en busca de todo tipo de oportunidades (legítimas e ilegítimas); y (2) la ciudad en sí también está creciendo, pues las personas que se han visto desplazadas por esta gentrificación y los altos precios de alquiler se ven obligadas a habitar los márgenes, lo que contribuye a expandir la presencia de la bulliciosa metrópoli. Los dolores de crecimiento son exquisitos y múltiples: tráfico, dislocación, pobreza, falta de vivienda. Todos estos elementos se convierten en productos de la máquina y, al más puro estilo capitalista, son reabsorbidos nuevamente por el sistema y reutilizados como su combustible.

El plato fuerte, la obra más grande en exhibición, y la manifestación más literal del proyecto catastral, es la que se titula «Nama Nika Tiisto», una colección ilustrada de dos mapas y varios artefactos superpuestos en un gran papel dividido en veinte cuadrados iguales más pequeños. La base, en rojo, es un diagrama cartográfico del Templo Mayor de Tenochtitlán; sobre él (¿o a través de él?) líneas azules trazan las calles actuales que atraviesan las ruinas; en verde está delineada la figura que aparece en el disco de piedra que conmemora el asesinato de Coyolxāuhqui a manos de su hermano en dicho templo; y en negro, el Tonalpohualli, el calendario mexica. La pieza es una meditación vasta y absorbente sobre la expansividad y el colapso del tiempo así como sobre la unificación y la división del espacio y el cuerpo humano/deificado dentro de él. El resultado no es armonioso, sino más bien un asalto visual a los sentidos y a la mente por varias razones.

Primero que todo, los colores: chocan. El rojo, el verde, el azul y el negro están tan enrededados que solo pueden provocar una especie de revuelta óptica que tiene que ser intencional: presupone y rápidamente refuta cualquier noción liberal de que el presente está de algún modo en paz con el pasado (y viceversa). En segundo lugar, los símbolos empleados hablan de violencia mítica: según el Códice Florentino, Huitzilopochtli asesinó a Coyolxāuhqui como castigo por su rebelión armada contra su madre, Coatlicue, luego descuartizó su cuerpo y esparció los pedazos por las colinas y valles de Coatepetl. Una lectura feminista no podría dejar de mencionar que de los cuatrocientos y un dioses que parió Coatlicue, Coyolxāuhqui parece ser la única mujer, y el destino que sufrió por rebelarse contra el nacimiento inmaculado de Huitzilopochtli fue ciertamente terrible y particularmente excesivo.

En tercer lugar, y finalmente, tenemos la pregunta sobre el tiempo que está representada por el Tonalpohualli. Los dioses y la temporalidad parecen estar por igual sujetados y entrelazados por la proliferación de líneas, como bestias salvajes atrapadas en una red. El aplanamiento del tiempo, casi en un eterno retorno nietzscheano, solo subraya la completa imposibilidad de detenerlo. Pero más que eso, el mensaje es que, además de los varios paisajes urbanos que operan simultáneamente, también hay más de una línea de tiempo en funcionamiento: la azteca, la mexica, la precolonial, colonial y la «post»-colonial, y no se llevan bien entre sí.

En todo caso, el proceso de gentrificación, en la medida en que es un reordenamiento del espacio, la tierra y lo físico, también es un reordenamiento y reestructuración de la experiencia y los usos del tiempo. El(los) gentrificador(es) impone(n) un nuevo tiempo al gentrificado: debido a su cantidad, obligan a una aceleración de los hábitos y horarios tradicionales; y traen consigo las costumbres temporales de sus países de origen esperando que todos ajusten sus relojes internos para alinearse con los suyos.

A diferencia de «La tradición…», cuyo cuerpo parece irremediablemente dañado y sus piezas constituyentes son irreconciliables, y del dínamo estacionario de «Monumento a…» que, por muy intrincado que sea, no parece estar haciendo nada en absoluto además de exudar un vago sentido de hegemonía, este último catastro no es estático ni complaciente: al contrario, está listo para hacer erupción.
               
Cómo y cuándo aún está por verse. Sin embargo, al igual que el volcán Popocatépetl que ha estado amenazando con entrar en erupción durante décadas, pero solo ocasionalmente escupe amenazas cenicientas, la situación ya está emitiendo graves señales de advertencia sobre su insostenibilidad. Si estamos esperando esas señales en forma de bombas y explosiones, es poco probable que las obtengamos. El influjo de desarrollo y capital se vierte sobre un lugar como magma ya expulsado, ya sea matando todo a su paso o forzándolo a huir. El mapa de Nirsa vibra con el grito ahogado de un lugar que se resiste a ese mismo entierro, pero, a diferencia del Ángelus Novus de Klee o del Skrik de Munch, cuyos sujetos ocupan espacios sin enemigos identificados, las cadenas superpuestas en el Templo Mayor pueden romperse y la fuerza invasora puede ser repelida.                

NOTAS:

[1]
Paul Virilo, Velocidad y política (Buenos Aires: La Marca, 2006), p. 69. El elemento dromos proviene del griego δρόμος y significa «carrera, curso» y también «pasillo, corredor, deambulatorio». De ahí que dicha partícula haya sido utilizada para designar espacios donde predomina el movimiento y la velocidad, tales como, los hipódromos, los aeródromos, los velódromos, etcétera. Virilo utiliza la expresión dromocracia para apuntar al gobierno del espacio por la velocidad como característica central del mundo moderno.

[2] El concepto de terraformar o terraformación se utiliza para designar cualquier intento deliberado de cambiar drásticamente la geografía terrestre o de cualquier cuerpo celeste para adaptarla a los intereses humanos.

[3] Ramón López Velard «La suave patria» y Vicente Quirarte «La patria con cuerpo de mujer» [plaquette] (Coahuila de Zaragoza: Edición de la Secretaría de Cultura, sin fecha), p. 8, p. 11, p. 15.

[4] Carlos Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte (Madrid: Fundación Federico Engels, 2003), p. 10.

All Roads Lead to (La) Roma:
The Anti-Cadastral Cadaster in Nirsa’s Nama Nika Tiisto

What an impardonable act of hypocrisy and profanation it is, as a gentrifiying gringo living in Mexico City, to write a text to accompany Nirsa’s sensitive, precise, and at times shocking Nama Nika Tiisto. What more needs to be said about gentrification? What other value statements could be made to “clarify” or “set straight” the devastating, displacing, destructive phenomenon ravaging Ciudad de México, along with countless other cities and neighborhoods around the world? It is with a great deal of reservations that I proceed.

According to the exhibition description, Nama Nika Tiisto is a creative remixing of the concept of a cadastral plan of the La Roma neighborhood. (Nirsa may insist that the series is in fact a cadaster, but, as will be shown, it is nothing so sinister and objectifying. In fact, it is like an anti-cadaster in its feeling and de-objectification of a place — an antidote to the cadaster.)  Cadasters are conventionally used to inventory the sum total of the real estate in an environ, and are employed and deployed by administrative bodies to calculate taxes and valorize land and property. The tool, even in its most basic form, is hardly an innocent cartographical project: its very existence is predicated on and intended to perpetuate private property, extraction, exploitation, and state power. Paul Virilio goes one step further, in connecting the dots between the “secular” land-surveying state, and the dromocratic, or speed-seeking, military apparatus. He notes that the existence of the military necessitated accurate cadasters to levy adequate taxes on the polis; in turn, cadasters and the division of the commons hacked up into discrete units served the military with clearly defined avenues and routes for their endless mobilizations. “For the dromocratic State,” he says, “mastery over the earth is already the mastery over its dimensions.”

Here in Mexico City, no stranger to formal, militarized, heterogenous occupations and conquests (the Spanish, the French, the Habsburgs), one could imagine a theoretical cadaster (or perhaps they’ve already drafted one internally) of the city being drawn up by the likes of AirBnB and its accomplices that enables both domestic and foreign actors to value investments real and prospective and identify new areas and niches for development. Hence: to speed along the reinvasion of another kind of army (the capitalist-imperialist) with another kind of vanguard (the “digital nomad”, the card-carrying dual-citizen “expat”, the shrewd entrepreneur, etc.).

At least to this author, Nirsa seems to concern themself with the victims of this terraforming — both the land and its denizens — and not so much with the perpetrators. The works bear, on the whole, the artist’s signature architectural precision, the subtle but unwavering line, the almost Bruegelian flair for vignette and story, the occasional colorized, shaded indulgence, and of course the comic and almost photographic realism. The 17 pieces (and growing) in the collection span a wide gamut, and, had they been exposed in a larger space with as many rooms as there were pieces, could have afforded the viewer with greater ease to contemplate the story or at the very least concept implied by the individual works. Although Nirsa may take issue with this liberty, I feel there are three pieces that encapsulate the intention behind the series as a whole, and speak to its spatio-temporal perspectives in (at least) three distinct styles.

The first is “La tradicción de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. The monochrome corporal, naked, shaved-headed figure, whose only marker of Aztec heritage/identity are its sandals, has been mutilated: its decapitated head, a hacked off arm and legs, and its crimson heart all hang suspended and apart from the useless torso. This work is the most proximate manifestation of Nirsa’s comment that the series developed as a kind of “exquisite corpse” — but literally. Rather than the French surrealist game cadavre exquis, which was an automatic exercise in word and image association and, supposedly, psychic liberation, Nirsa’s vision of the exquisite corpse — in this particular piece — rends apart rather than coheres together, and in a violent and horrific way. The Aztec body politic (as proxy for the contemporary Mexican one) is literally quartered and rendered unwhole and disjointed by a visiting force.   

Next to the mutilated figure is inscribed the text “Suave patria, 1521”. 1521 is of course the year of the Spanish conquest of La Gran Tenochtitlan and surrounds. “Suave Patria” appears to reference Ramón López Velarde’s 1921 poem of the same name. which makes a number of references to colorism and racism, and, according to Wikipedia at least, was, along with his corpus as a whole, a rebuke of the imposition of the French modernist style. Certain phrases from that poem jump out as being aposite here: “[Suave patria] con tu mirada de mestiza, pones / la inmensidad sobre los corazones”; “anacrónicamente, absurdamente…al idioma del blanco, tú lo imantas”; “Quieren morir tu ánima y tu estilo”. The piece is unsubtle enough that it risks being heavyhanded; however, Nirsa will be pardoned for the directness as the severity of the current moment (as that in 1521) merits that kind of directness, and nothing less.

But how do we square this reading of the work with its title, borrowed from Marx’s Eighteenth Brumaire? In which, just before, Marx delivers one of his more famous turns of phrase: “that all facts… of great importance in world history occur, as it were, twice…: the first time as tragedy, the second as farce.” The conquest of 1521 was the tragedy; but can the revisitation of a similar kind of violence by the gentrifier in the 21st century really, conscionably be considered its corresponding farce? Supposing that one considers the outrageous, ridiculous conduct of the gentrifying force — gormandizing, loudmouthed, ignorant (willfully or otherwise) — this might work. But the effect is tragic in its own way, and must be reckoned with in the most serious terms.  

In contradistinction to that very visceral but au fond human piece is “Monumento a la mujer romana”, an illustration of a sophisticated machine, rendered in sepia, blue, and black ink. It takes the form of a kind of manufacturing plant whose purpose is as elusive as it is unimportant. Scaffolding and tubing and platforming surround what appears to be a conch-like spiral structure in which we can imagine some kind of commodity being shunted through, manipulated, altered, fabricated, and spat out for general consumption. The structure is at once modern and antiquated: it is composed of what look like metallic beams and rods as well as stone pillars, columns, statues, stairs, and ornately decorate bits of walls — as if they were piflered from the Museum of Anthropology and repurposed. There are four human figures who almost, by virtue of Nirsa’s deliberate coloring, blend into the machine itself past recognition: two feminine artesans, a hard-hatted masculine worker, and a youngish looking girl.    

In the same way that a cadaster encloses open space with strict boundaries into clearly defined, exploitable subunits, the dynamo on display is self-serving in the sense that it offers no connection to the outside world (which doesn’t even exist here), nor any apparent means of egress for the humans subjected by it: the girl is caught mid-stride, but to where? Not on the sidewalk, but rather into the machine itself — perhaps even her act of walking on what appears to be a kind of treadmill is setting the machine in motion? One can only guess….

Can we assume that the machine, at least in one of its interpretations, is an incarnation of the Mexico City of today as machine? As tourism-capital-generating machine? In which the city’s laborers are subjugated, dehumanized, and alienated, and forced into jobs that only maintain that machine? If that is the case, Nirsa presents us with a two-pronged paradox: The first is that this machine, despite some interesting artifactual details, is hardly what we might call a tourist destination worth visiting; the second is that the very ornate structure and involuted design of the machine itself hardly admits of entrance — there’s simply no fucking room. We can see this problem of “space” (expanding and lack thereof) and “dimension” play out on two fronts in CDMX: 1) the population is growing, as people from all walks of life flock to the city for all manner of (legitimate and illegitimate) opportunities; but (2) the city proper itself is growing as well, as those displaced by this gentrification and soaring rental prices are forced into the margins, expanding the footprint of the teeming metropolis. The growing pains are exquisite and manifold: traffic, dislocation, poverty, houselessness — these become both products of the machine, and are, in true capitalist fashion, reabsorbed back into the system and repurposed as its fuel.

The piece de resistance, largest work on display, and most literal manifestation of the cadastral project is the titular “Nama Nika Tiisto”, an illustrated collection of two maps and various artefacts superimposed into one on a large piece of paper cut up into 20 smaller, equal squares. The base is a cartographic diagram of the Templo Mayor de Tenochtitlan — in red; over it (or through it?) run blue lines that trace the present-day streets that traverse the ruins; in green is etched the figures on the stone disk commemorating Coyolxāuhqui’s murder at the hands of her brother that resides at the Templo; and in black, the Tonalpohualli, the Mexica calendar. The piece is a vast and consuming meditation on the expansiveness and collapsing of time, and the unification and severing of space and the human/deified body within it. The result is not one of harmony, but of a visual assault on the senses and the mind, for a number of reasons.

First of all, the colors: they clash. The red, the green, the blue, and the black are so convoluted they cannot help but effect a kind of optic revolt which has to be intentional: it presupposes and in short order refutes any liberal notion that the present is in any way at peace with the past (and vice versa). Secondly, the symbols employed speak to mythic violence: According to the Florentine Codex, Huitzilopochtli killed Coyolxāuhqui as punishment for her armed rebellion against their mother Coatlicue, hacked her body up, and scattered the pieces around the hills and valleys of Coatepetl. A feminist reading could not fail to mention that of the 401 gods that Coatlicue bore, Coyolxāuhqui appears to be the only woman, and the fate she suffered for rebelling against the immaculate birth of Huitzilopochtli was indeed a terrible and particularly florid one.

Thirdly, and finally, we have the question of time, represented by the Tonalpohualli. The gods and temporality alike seem to be pinned down and tressed up by the proliferation of lines — like wild beasts caught up in a net. The flattening of time, almost in a Nietzschean eternal return, only underscores the utter impossibility of stopping it. But more than that, the message is that there is, in addition to several urbandscapes operating simultaneously, more than one timeline operating as well: the Aztec, the Mexica, the pre-colonial, colonial, and the “post”-colonial — and they are not happy with each other.

If anything, the process of gentrification, inasmuch as it is a reordering of space, land, and the physical, is just as much a reordering and restructuring of the experience and usages of time. The gentrifier(s) forces a new time on the gentrified: by virtue of their numbers, they force an acceleration of customary habits and schedules; and they bring with them the temporal customs from their countries of origin, and expect everyone to wind their internal clocks to align with theirs.

Unlike “La tradicción”, whose body seems beyond repair and constituent pieces irreconcilable, and the stationary dynamo, as intricate as it is, which doesn’t appear to be doing anything at all besides exuding a vague sense of hegemony, the latter cadaster is not static nor is it complacent: on the contrary, it is ready to erupt.

How and when remains to be seen. Then again, like the volcano Popocatepetl that has been threatening to erupt for decades but only every so often belches forth ashen threats, the situation is already giving off dire warning signs of its unsustainability. If we are waiting for those signs in the form of bombs and explosions, we are unlikely to get them. The influx of development and capital pours over a place like magma already expelled — either killing everything in its path or else forcing it to flee. Nirsa’s map vibrates with the choked scream of a place resisting that very burial; but unlike Klee’s Angelus Novus, or Munch’s Skirk, whose subjects occupy spaces void of identified enemies, the fetters superimposed on Templo Mayor can be broken, and the invading force repelled.         
      

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